Nunca me ha convencido escribir sobre ti, supongo que aún me
resisto a la triste idea de que te dejaste ir. La vida pasa fugazmente, rápida,
sin pausa y sin importarle las ganas que tengamos de vivirla. Me queda mucho por vivir, si, pero puede ser que no, y que
el día menos pensado nos encontremos allí, al otro lado; eso es lo que tú has
puesto en mi.
Irse de un mundo enteramente tuyo, donde para ti ya no era
fácil vivir, ha convertido la realidad en una carestía de oportunidad. Tú, con
tu ya esperada y sofocante partida, me has enseñado que hay que vivir deprisa,
sin miedo; que no importa que obstáculos vengan a pisarnos, que no importa que
mañanas frías con su escarcha en el asfalto nos quite las ganas de despertar,
que da igual que en otoño el aire se haga más denso y pesado y que los arboles
decidan quedarse desnudos, que no tiene importancia que el mar decida enfadarse
y causar los peores de los desastres, que por mucho que nos cansemos de este
juego que es vivir tenemos que pisar fuerte y dejar lo que hay atrás para poder
ver que tantas cosas hay delante; eso has puesto en mi. Tú lo sabes, lo sabes
casi mejor que yo, has sido mucho para mí, pero ahora tan solo puedo sentir la
punzada de la pena por no poder decirte a esos dos claros ojos lo que siempre
fuiste para mí. Y lo sabes, sabes que nunca entendí que pasó; dejaste que fuera
fácil, te dejaste ir, no supiste hacerlo. No me dejas descansar, te plantas en
mi mente con un recuerdo fuerte y potente como una tormenta brutal y siniestra
que llega y causa estragos, eso haces tú en mí: vienes, me traes tus dos bonitos
hoyuelos, me cuentas que no he de tener miedo ahora que te has ido, y cuando me
pierdo, tú vienes y me encuentras. Vienes, y me das tú cálida mano, me sonríes con esa cara fina como el mármol;
vienes y te acomodas aquí, a mi lado, y me recuerdas que bien sabia calmar tus
ansías de vivir, aquella que dejaste ir. Vienes y me dices que sigo siendo la
imagen de tu tía, esa con la que ahora ya te encuentras. Te gusta venir, me
animas a que deje todo y me dedique a escribir; vienes y me iluminas con esos
perfectos y ahora alegres ojos claros, claros y transparentes como una fuente
de agua limpia y perfecta, y yo sólo puedo recordar que siempre serás el niño
con un rubio mechón en el pelo.
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