domingo, 30 de marzo de 2014

cuando me miraste.

Es como cuando te vuelves débil antes incluso de haber sido fuerte. Así me sentí yo cuando te vi. 
Perdí los estribos de una manera colapsada, me quede perdida en quien sabe qué, sin saber que tú serías el único que podría traerme de vuelta a la vida. Vida, un vaivén de miradas inusuales, y es que tus ojos y los míos se quisieron antes de saber que tú y yo seríamos un intento sin nombre. Me impresiona siempre como mis sentidos  encuentran un rincón para brotar sin saber si quiera quien los va a regar. 
He aprendido tarde que quererte iba a ser fácil. Y he aprendido demasiado pronto que puedes hacer que me acelere y me paralice al mismo tiempo, en la misma sintonía. No has parado mi reloj, lo has difuminado; y ya no me importa el sitio, la hora, el momento ni la religión. 

Y me da miedo tu miedo, porque te entorpece y ya no tienes una parcela para ti en todo lo ancho y largo, que la compartes y lo peor de todo (o lo mejor) quieres compartirla.
Pero es que yo también tengo mi miedo, de no saber a donde me dirijo tan ciegamente, volviéndome a importar nada si tienen o no sentido gritarte y rogarte que te quedes. Porque si lo haces ya nunca podrás irte, ni yo podré irme de ti.

Si supieras las veces que mancillo tu recuerdo; que te pienso sin querer y te quiero sin querer. Las veces que me arrepiento de haberte dejado entrar en mis entrañas, y luego, acto seguido, me alegro y me pregunto: ¿Dónde te escondías antes? Las veces que cuento las horas hasta tu abrazo suicida, y las veces que el lunar de tu mejilla derecha se convierte en el motor de mi sonrisa. 

Si supieras que tengo miedo de tus silencios porque entienden de la manera más nítida los míos, de esa manera tan tuya de callar y no decir nada y yo entenderlo todo, esas cosas que sólo saben hacer los genios.

Pero es que en mi mundo ahora proyectas sol, y luna roja y grande naciendo del mar, como ya sabes. Me agujereas por dentro, porque puede que te vayas tan rápido como has llegado, que me rasgues los suspiros y el alma antes incluso de habértela mostrado. 

Y creo, cobardemente, que fue cuando me miraste que entendí que necesitabas que te rescataran de tu incredulidad a volver a sonreír y ya no por ti, sino por alguien. Que es bello sonreír en las costuras desnudas de otra persona. Y es tarde para entender que a estas alturas olvidarte es un precio que ya no estoy dispuesta a pagar, aún olvidando tú -si es que puedes- que aunque sea por una fracción de segundo, pise fuerte en tus recuerdos y me pensaste antes de dormir en tu sueño. Y realmente creo que no te has dado cuenta que eso ya dice mucho de mi, de ti, de nosotros.

Que voy en busca de algo que no se si existe, o que yo dibujo en un lienzo que tu mismo me prestas, inconscientemente. Porque sin saberlo te dejas querer las 24 horas del día y las otras 12 que me invento para dejar que me quieran a mi también. 

Elegí no bifurcarme de tus manos y ahora ya no encuentro otras que conduzcan mejor esta locura, de besar bajo la lluvia, de enseñarte a conducir, de querer que tapones este agujero en el pecho, y que entiendas que los vacíos de mi piel son posibles cuando te despides y te vas, que el sol muere y nace siempre contigo. Con tu llegada. Con tu partida.





 

martes, 4 de marzo de 2014

La chica del andén torcido.



LA CHICA DEL ANDÉN TORCIDO 
II 


Era la cuarta vez que calentaba un café. Durante dos horas y cada media hora la espuma del café viejo se disolvía tranquila en el poso de una taza recién comprada en la piazza di Spagna. Eran ya las 8 de la mañana. Había pasado la noche más intranquila de mi existencia. Mi almohada era un ring de lucha libre, ni ella me dejaba dormir ni yo la dejaba reposar.
Era un escenario roto y lleno de contradicciones: tenía calor: me quitaba los calcetines. Tenía frio: me ponía los calcetines. Y así una larga noche en la en las pocas horas en que mi cuerpo yacía tranquilo y relajado, mi mente sobrevolaba  fantasías inhumanas.
 
Si, había soñado con ella. La chica del andén torcido. Era la primera vez que pensaba en otra chica que no fuera mi ex. Veréis mi ex se  llama Sofía, es una chica alegre con sus amigas y completamente sosa con su pareja; o al menos conmigo. En realidad, y para confesarme de una vez y ser sincero, he de decir que opino que nunca me quiso como ya la quise a ella, y que es por ello que ella era completamente un libro sin abrir para mí. Porque cuando una persona ama, se torna dulce  y divertido como un niño; de hecho hasta un puto psicópata sería capaz de volverse opuesto por amor. Eso es, no me quiso, y no sé porque lo sé; esas cosas simplemente se saben. Yo le di mi amor a manos llenas y solo obtuve una entrega desigual. Le dio igual dejarme caer al acantilado poroso del dolor y la indiferencia; le dio igual ir acercándome a un planeta confuso y distinto del que ella habitaba, y volverse extraña como un día frio y lluvioso en pleno mes de julio. Y al final acabó dejándome, solo como cuando la conocí, aunque esta vez mi manera de ver el amor había cambiado para siempre.

La chica del andén torcido era todo lo que había soñado sin ni siquiera concebir su figura como algo real y humano. Era muchas cosas pero siendo solo un recuerdo, un dibujo en el lienzo de mi memoria, un garabato en una libreta por estrenar, un poema sin versos donde rimar, una letra sin música para cantar, una nieve virgen sin la huella de un chaval, una lluvia sin paraguas, el sol sin dueño para calentar…Era una fantasía lejana e irreal.
Pero ¿Qué somos, sino ilusiones, fantasías y recuerdos? De eso nos nutrimos y por eso una persona muchas veces es capaz de sobrevivir. Así que, en parte, me gustaba tener como referencia mi sueño:
 La veía lejana en una cafetería perfecta, y simplemente chocaba con ella, como quien se topa inesperadamente con dinero en una chaqueta que desde hace años no te pones. Un roce de miradas era justamente el golpe que no esperaba. Y es que las personas dicen más con los ojos de lo que podemos imaginar. 
Recuerdo una vez en la que mi padre me dijo "te odio" yo no sabía que responder; mi garganta se quedó completamente trabada, ni la saliva encontraba lugar para hacer fin a la sequia de mi boca; tan solo pude llenarme los ojos de lluvia. Supongo que mis ojos quisieron decir lo que mi boca no sabía. O no se atrevía.
La chica del andén torcido sonreía y me contaba con la mirada que estaba dispuesta a comenzar un nuevo capítulo. Después me despertaba y la lucha en mi cama volvía.

Necesitaba saber quién era, como era, y si mi sueño tenía razones para hacerse notar aquella noche. En menos de cinco minutos estaba subido en el coche dispuesto a ir hacia la nada, con la referencia de un sueño carente de sentido, falto de realidad, y el recuerdo de una mirada que no sabía si me miraría igual. 
Mientras tanto el quinto café se unía al invierno de los otros.





domingo, 2 de marzo de 2014

Déjame.

Sólo necesito encontrarte en el abismo, como aquella vez que nos encontramos en un descampado perdido. 

Déjame que te endulce tu miedo y que lo destroce como tú haces con la calma de mi pecho. Déjame que te deje encontrarte, que desde que las manillas de este reloj pulcro se aceleraron, vives la vida con prosa y a mi me gusta poetizarte con verso, y rajarte la espalda con rimas, y el centro de tus muslos metaforizarlos con mis ganas. Déjame decirte que si tuviera valor entornaría la guerra y me arrollaría para recuperarte. Déjame que el cielo sea oscuro, que en la noche yo te imagino con el desdén de este laberinto, que nos tiene sin salida, que nos plasma inseguros, que nos lleva a cada uno por sufragios bien distintos. 

Déjame un minuto de tu vida, para enseñarte con la voz porque fallé en ese intento; que con el tiempo se tornó lejano e incluso extraño para querernos. 

Que necesito sólo un minuto para decirte que el tiempo ya no me molesta, que ya no miro el día ni la hora en mi reloj. Y no me importa  donde estés, lo muy lejos que te escondas, porque en el fondo sabemos que tu naufrago corazón vivirá siempre junto al islote donde se encuentra el mío. 
Un minuto para poder sumar las veces que sonríes en relación con las veces que me piensas, que son las mismas en las que yo te rompo en mi memoria y que me despierta el entusiasmo.Ya he perdido la cuenta. 
Me conformaría con un minuto detrás de un teléfono para hacerte volver a mi cuello. Intentaría dejar de sentirte tan lejos cuando te desnudas frente a ella.
Que me queman las manos cuando las estiro y no puedo tocar tu cara, ni calmar tu desierto.
Necesitaría un minuto para hacer que vieras la proximidad  de tu pensamiento y el mío, que hasta cuando susurras me erizas los tendones.
Déjame enseñarte que el mundo sigue siendo nuestro. Tuyo y mío. Que lo que nos hace feroces es que aún vives en mi almohada y que yo huelo en la tuya, que me acaricias cuando lloro y yo me engrandezco cuando ganas. Porque gano yo contigo. 
Déjame que deje de quererte que me faltan primaveras para olvidar que florecías en lo opaco de mi retina, que la abrillantabas con tus juegos de noche. Y a veces de día. 
Déjame que te llueva los ojos de cosas que nunca te dije, de abrazos que nunca viste, ni besos que no sentiste. Déjame que te pinte la boca de mordiscos. 
Déjame hacer que te quedes, por cuarta vez; aunque tu mismo te retienes. 
Que necesito un minuto para que quererte sea el eco más fuerte y que me quieras el suspiro más ahogado. 
Déjame que no me acuerde por un minuto de cuando el aire susurraba tu placer y entornaba el mío en un mismo habitáculo, y nuestros cuerpos flácidos  e imperfectos se querían desastrosamente, como dos mamíferos en celo, que nada tenían por perder, y que tanto querían ganar. Deja que no me acuerde cuando nuestras almas yacían tránsfugas en otro mundo paralelo, diferente y más bello. 
Déjame que no te llore. Déjame esta noche. Deja de enloquecerme, que somos tan caprichosos como los recuerdos, que no tienen excusa ya, para doler.