LA CHICA DEL ANDÉN TORCIDO.
I
El
sol se despertaba estimulante en una mañana de primavera donde no iba a
encontrar sitio para lucir su calor. La primavera tardó escasos minutos en tornarse
otoño y el frio envejeció mis ganas de
lo que iba a ser el día que cambiaría por completo mi vida.
Primavera,
adoro la primavera; es el momento perfecto para enterrar viejas historias y
encaminarse en otras nuevas que pueden comenzar a florecer, pero para mí la
primavera siempre había sido el momento perfecto para hacer balance sobre todo
lo que había podido hacer que algo brillara en mi, o de lo contrario, se apagara. Para mí el año nuevo empieza en
primavera. ¿Nunca habéis pensado en lo incomodo que es celebrar un día tan “importante”
como el de comienzo de un nuevo año en una noche fría, escabrosa y lúgubre? Yo sí.
Por eso no celebro el año nuevo. En
realidad esto es completamente falso, no tanto en que el ese día sea así de
malo y yo no lo soporte, sino en que ese sea el verdadero motivo por el que
odio ese día. Puede que algún día os lo cuente. Pero si, la vida para mi comienza en primavera. Las
chicas se vuelven más alegres y sus
mejillas se sonrosan fácilmente, los árboles se tiñen con colores
diferentes y las terrazas se llenan de nuevas historias por contar. Pero veréis,
aquí en este lugar, no hay muchos días primaverales, prácticamente podría decir
que se pasa del calor al frio tan rápido como un parpadeo fugaz. Vivo en un
pequeño pueblo desde hace apenas medio año, por factores familiares que no
caben al caso mencionar. No recuerdo como se llama el pueblo, lo que si se es
que se suele decir de él que es “el mundo aparte”, y os puedo asegurar que
realmente es así. Este pueblo está dividido entre un gran lago, y para llegar
se ha de pasar por un puente tan corto como seguro. La carretera muere literalmente ahí
(siempre he pensado que si un mal se acercara al pueblo, los que estamos en él tendríamos
la muerte asegurada) La gente es amable, aunque tampoco se implican demasiado. La
juventud, como en la mayoría de los pueblos, es escasa, y las chicas guapas
brillan por su ausencia. Pero dejemos de hablar de mí y vayamos al grano.
Aquel
día tuve que volver a subir a casa para abrigarme mejor. Conduje el coche de
manera automática. Los árboles parecían cobrar vida a medida que aceleraba, tenía
ganas de llegar a la estación y comenzar a fabricar de cero mi futuro, mi estabilidad
y mi vida entera.
Me
alegró enormemente de encontrar civilización en el siguiente pueblo del mundo aparte. La estación, sin
embargo, estaba desierta. Un hombre ojeaba un periódico a mi derecha de lo que
sería seguramente la mala noticia del día. Frente a mí, una mujer joven y muy
elegante fumaba un cigarrillo con la delicadeza de la seda. Inhalaba y exhalaba
lentamente, parecía que quería fumarse con ello la vida. El tren llegó con 7
minutos de retraso, tiempo en el que yo leí por tercera vez las primeras
páginas de derecho penal. Subí al tren con la rapidez más extrema; para ser
justos he de decir que note como mi mundo iba 120 km/h por encima del resto de
seres humanos. El tren era otro lugar lúgubre. Reparé en una chica hermosa que
escuchaba, supongo, música desde su móvil; movía su pierna a destiempo de la
maquinaria del tren. Cada vez más deprisa. Y más. Hasta que alcé la cabeza y vi
como con sus pequeñas manos se secaba lo que sería, sin duda, una larga cadena
de lágrimas. Siempre he pensado que las manos de una persona tienen mil
historias por contar, mil lagrimas que secaron algún día, muchas sonrisas que
por ellas fueron tapadas; son como pequeños libros con grandes historias que solo
su portador conoce. Un misterio. El camino se me estaba haciendo completamente
largo y rutinario: entre 10 y 15 minutos el tren llegaba a la estación del
siguiente pueblo, un par de personas subían y el camino continuaba, la chica
guapa movía su pierna como al principio, de menor a mayor rapidez. Me entretenía eventualmente en un paisaje
bello y distante que rompía con su vitalidad junto a una fábrica de quién sabe
qué. Pero todo me seguía resultando carente de atención. Cuando estaba a punto
de dormirme, el tren frenó bruscamente, tanto que un pequeño grito salió de mi
boca sin yo haberle dado permiso. Noté que todos los pasajeros me miraban
extrañados, supuse que yo era el único que no lo esperaba.
- Disculpe
¿Qué está pasando? – Pregunté al hombre con bigote espeso y blanco.
- Nos
acercamos al andén torcido, por eso el tren frena, para que no se descarrile- Contestó tranquilamente.
Mi
corazón se calmó. Por un momento había pensado que algo malo iba a pasar. Me relajé
de inmediato y disfrute de la lentitud de las vistas castigadas por la mano del
hombre. Pasados 3 minutos el tren comenzó a torcerse bruscamente y entendí por
completo el sentido de su lentitud. Me pareció divertido. Pero como una flor
grande y perfecta en medio de una guerra gris y fea, vi a una chica desentonando
por completo con el imperfecto escenario de afuera. Tenía el brazo alzado y en
su mano sujetaba un puñado de papeles. Nuestras miradas se cruzaron y quedaron
suspendidas en el tiempo; se perdió quién sabe dónde un momento inolvidable.
Ella bajo el brazo y siguió sujetando los papeles. Yo torcí mi cabeza todo lo
que mi cuello me lo permitió, pero el tren se torció de nuevo y empezó a
acelerar como yo nunca había querido. La chica se perdió en la lejanía.
Y
así fue como por primera vez vi a la chica del andén torcido. Así fue como mi
mundo cobro un diferente sentido.