miércoles, 24 de diciembre de 2014

Una copa más.

Aquí se hace de día demasiado pronto, mientras tú sigues durmiendo demasiado tarde. 

Veo como la noche quiere entrar cada día en esta habitación vacía de ti, y como los días vienen cada noche para que yo pueda huir.

Veo como las luces se encienden en la calle y un hilito de sol nublado se cuela cabizbajo por mi persiana semiabierta -por eso de si te da por escalar y venir a salvarme- Me gusta como me golpea en la cara. Llevo horas despierta. Pero todo huele bien. 

Veo como te espera mi pieza desencaja -por eso de si te da por venir y hacerla encajar con la tuya- Y me deshago de todas tus idas y venidas, en esta avenida harta de pisar tus escombros. Y mientras tú estás ajeno a mis desastres, yo me giro por si estás detrás de mi, con una de esas sonrisas como el Sol, ese grande, ese que está alumbrando a todo el mundo. Menos a mi.

Me tumbo en mi cama, insatisfecha de no haber abrazado tu cuerpo aún, y le pido recuerdos a estas manos, que dichosas te versaron sin paciencia, mientras mi boli llora porque solo escribe sobre ti.

Llevo dos copas de menos, cinco llantos de más. Siempre quiero bajar el telón antes de que empiece la función. Ni me gustan las falacias ni los cuentos inventados. 

Nadie quiere darse cuentas que llega un punto en el que los corazones son de madera. Ya no se rompen, se queman.

Estoy tocando los vientos de tu aroma, aunque no quiero probar el vino. 
El viento es más suave cuando tu no domas al invierno. 

Una copa más, por favor, nunca está de menos.

sábado, 13 de diciembre de 2014

Quiero café

Yo y el miércoles cualquiera, donde resuena la noche desastrada en el cuarto de mi quimera.

Me he levantado con migraña permanente, y ya no estás a mi lado. Sólo tengo sabor de cerveza en un campo minado. Habías bebido mi boca irregular, y anoche yo comí la flor de tu juventud; me sabía  a mucho y ahora que te la has llevado cuanto menos me sabe a suspiro. Que fue mi último delirio.

No te gustan las chicas que beben. Y a mi encantan los chicos que por mucho que pidan siempre pierden.

Me he levantado y no se dónde te has ido. En el suelo de mi cocina sigue tu azúcar esparcido. 

¿Dónde estás? Que sólo huelo tu mordisco en mi hombro descompuesto. Que sólo veo tus pisadas en mi subsuelo.
 
Ya se que tenías mucha prisa y la agenda apretada. Que no te importa haber dejado toda mi calma atada. Del miedo que ahora tengo, no puedo paralizar tu estela en mi baño; que aquí sigue dibujada tu sonrisa de estaño. 

Nadie puede ya desvirgar este desastre. Nadie puede soplar el colapso y este miserable lastre.
Tengo resaca, he dormido cuatro horas. Aún puedo ver tus manos huidoras. De mi nervioso gemido, de todo este desdén que tú solito te has comido.

Y ahora estoy sentada en tu recuerdo, en el sofá de siempre para intentar buscar lo de nunca. Esos poemas que dibujaba en tu morena nuca.

Tengo ganas de escribir. Voy a limpiar todos tus restos, a quitar todo tu entusiasmo funesto.
Voy a escribir. Luego quiero café.

viernes, 12 de diciembre de 2014

.

He dejado de sangrar poesía. Quiero sexo con tu espalda, dibujarte de versos los músculos. Luego quiero fumar -aunque nunca he fumado- después puedo salvarte. Aunque tú nunca te darás cuenta -"los que no somos superhéroes luchamos a escondidas"-


Metáforas tóxicas.

Hoy hace un diciembre que te despinté.
Y no queda ya realidad que me quite este esplendor de las sabanas sin tu olor. 

No puede haber verdad en tanta mentira.
Me gustan las mentiras. Soy feliz. 

Hoy hace un invierno que te desconocí. 
No he podido saber quien soy cuando tu dejabas de ser. No he podido quitarte el silencio hueco de tu cariño seco. No he querido salir a buscar tu mundo. Se me hace lejano, se me hace moribundo.

Hace una tarde fría que te desabrigué, 
de mis sonrisas cálidas, de mis mejillas pálidas. Que te he llovido café para que soportaras mis tránsfugas noches no desveladas; yo dormía y tus ganas incompletas se helaban, de mi frío orgasmo, de mi no sistemático espasmo. 

Hoy hace un llanto que te desaté. 
Y he bebido tequila, para no saborear las hieles de tu no amor precoz. Y he querido las mieles de tu triunfo ganador. 
Pero ya no hay estrellas suicidas, porque te dejé las venas vacías.
Y todas mis poesías perecieron en sequía.

Hoy hace un sol extraviado que no muerdes mi tuétano. Que no rebuscas la ejecución de mi sótano. Estoy esperando tus burdas diligencias. Y no sabes que los huracanes de mis pulmones ya no tienen paciencia. Son las sombras de todas mis sentencias.  

Hoy hace un sórdido año que no tengo regazos de abrazos. Han dejado de sangrar palabras. Y ya he gastado mi sexta vida y no te gustan los gatos. La última la quiero para desquitarme. Ya no quiero mirar hacia ninguna parte, sin antes mirar dentro de mi. 

Hace una navidad con desastres desconsolados. De días caóticos  con metáforas tóxicas. De todas mis noches crudas y poemas de Neruda. 

Hoy hace una luna decreciente que de repente la realidad ha venido sin más, únicamente para dejarme un poco menos. 

domingo, 28 de septiembre de 2014

Regreso.

Siempre acabo regresando a ti. Cuando el tiempo se pone contrario al mundo, cuando las hojas de este otoño acaban escenificando mi vida, cuando el mar ya no es tan bello y la arena ya no es tan clara, cuando mis dedos no encuentran que escribir, ni mis ojos saben ya mirar, cuando mis gestos son un afligido esfuerzo de mi, cuando yo misma me canso de ser quien soy, cuando no encuentro quien quiero ser, cuando sufro, me enveneno, me lastimo, me mato, me suicido, me colapso, me ahogo, me pierdo, me atropello, me hundo, me ahuyento, me entierro, me canso, me lloro, me enveneno, me asesino...Cuando quisiera dejar de dormir, cuando no quiero despertar, en todas mis acciones extravagantes siempre acabo regresando a ti. 

Porque tú compones un puñado de historias en mi, de principio a fin. O desde que fui final y escribí un principio. Tú me evocas a regresar; eres un embudo que me atrae a ti, y me hace llegar como nueva, como si nunca hubiera sido Sara, como si nunca hubiera sido lo que soy, ni quien soy, como si fuera un nuevo yo con algo nuevo que contar. 

Siempre regreso a ti, porque yo cometo crímenes imperfectos y tu me ayudas a perfeccionarlos. Porque me atraviesas las pupilas y adivinas lo que quiero mirar, me perforas la boca y sabes que quiero decir, me cavas los oídos y percibes que quiero oír. Y tú me lo dices, aunque sea mentira, para que mi teoría de la inexistencia de la felicidad se vaya. Y se va. Por un minuto, pero se va. Y a mi me encanta que me mientas, me encantan esas mentiras porque puedo sentir que tengo el control de creer en cuantas fantasías me de la gana, aunque sean una tontería, y tú te vuelves tonto conmigo, por eso regreso a ti.

Regreso a ti siempre, porque me ayudas a fotografiar el mundo, aquellas pequeñas cosas que la gente no puede ver, ese duende bueno. O el malo que tantas veces me ha lanzado a quererte. Y es que lo malo a veces tiene razón. Me ayudas a sacar una foto a este flujo de desdén que tengo por manos, que tantas historias se guardan, que tanto mundo quieren escribir. Y fotografío el desierto de tu casa a la mía, esa arena escabrosa es el mayor charco, un charco que adoro pisar porque por mucha arena o mucha agua, yo siempre regreso a ti. 

Regreso porque en tus brazos siempre hay sitio para mi revoltosa existencia; por que tu boca siempre tiene espacio para acoger a la mía, porque mi piel siempre tiene una cabaña en tus manos. Regreso a ti porque en fin... tú también acabas  regresando a mi. 

jueves, 5 de junio de 2014

Hasta Lima.

Yo ya estaba ida el día que entraste en la biblioteca; porque no sólo fue un acto de estudio insignificante, sino que planificaste esta constelación que ni yo misma sabía que existía. Me retumbaste, como las bombas retumban sosteniendo su estruendo en un tiempo corto pero intenso. Pero tu intensidad me sofocaba, me anegaba los sentidos, me eclipsaba las palabras y perturba mis noches. A veces también mis días. 
No quedaba hueco ya para controlar mis directrices, que habían pasado a los hilos de tu vida, quedando anegadas en unas manos que no sabían que me tocaban en el aire, en la nada; mientras las mías se desgastaban en carne viva de tocarte tan lejos. 
Si lo pienso todavía puedo recordar alguna de tus agujas en palabras, que dolían, y expulsaban las ganas de naufragar en un mundo que tú habías fabricado sin saberlo en mi laguna, hipotecada de besos, desierta de alegrías. Eran puro veneno, pesadillas diurnas que emborrachaban mi entusiasmo, tornándolo opaco, tornándolo fantasmagórico. Eran puro venero, si, uno mortal que me hacía pequeña e invisible, y no me curaba de nada, sino que me enfermaba de todo.
Y cuando estaba enferma me medicaba con planificaciones que no se calificar, que no tienen momento espacio-temporal. ¡Ya ves tú que estupidez! 
Me cansé a trozos de esperar al tiempo, de esperar a que de reojo observara que estaba aquí, respirando tu aire, atravesando tu pupila cuando ella no atravesaba la mía. Que eran pocas y remotas.  
Yo tenía la voz congestionada de gritarte en silencio aquellas cosas que no querías oír. Mi voz no era lenguaje para tus oídos, y tus negaciones eran insuficientes para los míos. 
Yo quería conquistar la tierra que tienes por nuca; y quería que fuera de mi pertenencia. Pero no me bastaba con un tiempo efímero, yo quería la totalidad de tus días en mis días, despertarme a cachitos y que tú me reconstruyeras.
Intenté incansables veces vaciar el envoltorio de este corazón, que hasta entonces era inamovible. Pero cada noche volvía a llenarse de todos tus sabores que aún no sabía a que sabían. 
Toda mi vida estaba, ahora, repleta de gotas de ti. Y era una broma macabra que aún sigo sin entender porque te soñaba en mi vigilia. Un placentero dolor extraño que recorría todos mis tendones hasta tensarlos y hacerlos tiritar de todo menos de frío.
Tú, caparazón en firme, una y otra vez, te encargabas de distanciar los caminos; uno llevaba tu aroma, el otro mi soledad. 
Pero, chico, a mi me daba miedo, pensar que tenía un camino en todo lo ancho y largo para mi sola sin la más remota idea de donde tenía que dirigirme, hasta que...claro, tu aroma estaba a la vuelta de la esquina. Era tan, tan fácil. Sólo tenía que agudizar mi olfato y podía perseguirte hasta Lima. Por ejemplo.  
Y cuando te tuve delante tuve miedo de gritarte y llamarte para que te quedaras. O todo lo contrario mantener mi silencio con el tuyo...y en fin, que me entendieras.
Aún así, todos mis sentidos bailaban solos a tu son. Yo te oía, te olía y te veía. Incluso cuando no estabas aquí.
Era la loca que más veces se enamoraba de ti cada puta vez que te veía. O peor, te dibujaba. 
 
Pero entonces me di cuenta que temía tu ausencia, aún sin saber como era, aún sin saber como era tenerte en un espasmo rápido y delirante. 
Me di cuenta que este mundo jamás estaría tan vacío como lo estaba sin la rutina de tu piel. 

domingo, 30 de marzo de 2014

cuando me miraste.

Es como cuando te vuelves débil antes incluso de haber sido fuerte. Así me sentí yo cuando te vi. 
Perdí los estribos de una manera colapsada, me quede perdida en quien sabe qué, sin saber que tú serías el único que podría traerme de vuelta a la vida. Vida, un vaivén de miradas inusuales, y es que tus ojos y los míos se quisieron antes de saber que tú y yo seríamos un intento sin nombre. Me impresiona siempre como mis sentidos  encuentran un rincón para brotar sin saber si quiera quien los va a regar. 
He aprendido tarde que quererte iba a ser fácil. Y he aprendido demasiado pronto que puedes hacer que me acelere y me paralice al mismo tiempo, en la misma sintonía. No has parado mi reloj, lo has difuminado; y ya no me importa el sitio, la hora, el momento ni la religión. 

Y me da miedo tu miedo, porque te entorpece y ya no tienes una parcela para ti en todo lo ancho y largo, que la compartes y lo peor de todo (o lo mejor) quieres compartirla.
Pero es que yo también tengo mi miedo, de no saber a donde me dirijo tan ciegamente, volviéndome a importar nada si tienen o no sentido gritarte y rogarte que te quedes. Porque si lo haces ya nunca podrás irte, ni yo podré irme de ti.

Si supieras las veces que mancillo tu recuerdo; que te pienso sin querer y te quiero sin querer. Las veces que me arrepiento de haberte dejado entrar en mis entrañas, y luego, acto seguido, me alegro y me pregunto: ¿Dónde te escondías antes? Las veces que cuento las horas hasta tu abrazo suicida, y las veces que el lunar de tu mejilla derecha se convierte en el motor de mi sonrisa. 

Si supieras que tengo miedo de tus silencios porque entienden de la manera más nítida los míos, de esa manera tan tuya de callar y no decir nada y yo entenderlo todo, esas cosas que sólo saben hacer los genios.

Pero es que en mi mundo ahora proyectas sol, y luna roja y grande naciendo del mar, como ya sabes. Me agujereas por dentro, porque puede que te vayas tan rápido como has llegado, que me rasgues los suspiros y el alma antes incluso de habértela mostrado. 

Y creo, cobardemente, que fue cuando me miraste que entendí que necesitabas que te rescataran de tu incredulidad a volver a sonreír y ya no por ti, sino por alguien. Que es bello sonreír en las costuras desnudas de otra persona. Y es tarde para entender que a estas alturas olvidarte es un precio que ya no estoy dispuesta a pagar, aún olvidando tú -si es que puedes- que aunque sea por una fracción de segundo, pise fuerte en tus recuerdos y me pensaste antes de dormir en tu sueño. Y realmente creo que no te has dado cuenta que eso ya dice mucho de mi, de ti, de nosotros.

Que voy en busca de algo que no se si existe, o que yo dibujo en un lienzo que tu mismo me prestas, inconscientemente. Porque sin saberlo te dejas querer las 24 horas del día y las otras 12 que me invento para dejar que me quieran a mi también. 

Elegí no bifurcarme de tus manos y ahora ya no encuentro otras que conduzcan mejor esta locura, de besar bajo la lluvia, de enseñarte a conducir, de querer que tapones este agujero en el pecho, y que entiendas que los vacíos de mi piel son posibles cuando te despides y te vas, que el sol muere y nace siempre contigo. Con tu llegada. Con tu partida.





 

martes, 4 de marzo de 2014

La chica del andén torcido.



LA CHICA DEL ANDÉN TORCIDO 
II 


Era la cuarta vez que calentaba un café. Durante dos horas y cada media hora la espuma del café viejo se disolvía tranquila en el poso de una taza recién comprada en la piazza di Spagna. Eran ya las 8 de la mañana. Había pasado la noche más intranquila de mi existencia. Mi almohada era un ring de lucha libre, ni ella me dejaba dormir ni yo la dejaba reposar.
Era un escenario roto y lleno de contradicciones: tenía calor: me quitaba los calcetines. Tenía frio: me ponía los calcetines. Y así una larga noche en la en las pocas horas en que mi cuerpo yacía tranquilo y relajado, mi mente sobrevolaba  fantasías inhumanas.
 
Si, había soñado con ella. La chica del andén torcido. Era la primera vez que pensaba en otra chica que no fuera mi ex. Veréis mi ex se  llama Sofía, es una chica alegre con sus amigas y completamente sosa con su pareja; o al menos conmigo. En realidad, y para confesarme de una vez y ser sincero, he de decir que opino que nunca me quiso como ya la quise a ella, y que es por ello que ella era completamente un libro sin abrir para mí. Porque cuando una persona ama, se torna dulce  y divertido como un niño; de hecho hasta un puto psicópata sería capaz de volverse opuesto por amor. Eso es, no me quiso, y no sé porque lo sé; esas cosas simplemente se saben. Yo le di mi amor a manos llenas y solo obtuve una entrega desigual. Le dio igual dejarme caer al acantilado poroso del dolor y la indiferencia; le dio igual ir acercándome a un planeta confuso y distinto del que ella habitaba, y volverse extraña como un día frio y lluvioso en pleno mes de julio. Y al final acabó dejándome, solo como cuando la conocí, aunque esta vez mi manera de ver el amor había cambiado para siempre.

La chica del andén torcido era todo lo que había soñado sin ni siquiera concebir su figura como algo real y humano. Era muchas cosas pero siendo solo un recuerdo, un dibujo en el lienzo de mi memoria, un garabato en una libreta por estrenar, un poema sin versos donde rimar, una letra sin música para cantar, una nieve virgen sin la huella de un chaval, una lluvia sin paraguas, el sol sin dueño para calentar…Era una fantasía lejana e irreal.
Pero ¿Qué somos, sino ilusiones, fantasías y recuerdos? De eso nos nutrimos y por eso una persona muchas veces es capaz de sobrevivir. Así que, en parte, me gustaba tener como referencia mi sueño:
 La veía lejana en una cafetería perfecta, y simplemente chocaba con ella, como quien se topa inesperadamente con dinero en una chaqueta que desde hace años no te pones. Un roce de miradas era justamente el golpe que no esperaba. Y es que las personas dicen más con los ojos de lo que podemos imaginar. 
Recuerdo una vez en la que mi padre me dijo "te odio" yo no sabía que responder; mi garganta se quedó completamente trabada, ni la saliva encontraba lugar para hacer fin a la sequia de mi boca; tan solo pude llenarme los ojos de lluvia. Supongo que mis ojos quisieron decir lo que mi boca no sabía. O no se atrevía.
La chica del andén torcido sonreía y me contaba con la mirada que estaba dispuesta a comenzar un nuevo capítulo. Después me despertaba y la lucha en mi cama volvía.

Necesitaba saber quién era, como era, y si mi sueño tenía razones para hacerse notar aquella noche. En menos de cinco minutos estaba subido en el coche dispuesto a ir hacia la nada, con la referencia de un sueño carente de sentido, falto de realidad, y el recuerdo de una mirada que no sabía si me miraría igual. 
Mientras tanto el quinto café se unía al invierno de los otros.





domingo, 2 de marzo de 2014

Déjame.

Sólo necesito encontrarte en el abismo, como aquella vez que nos encontramos en un descampado perdido. 

Déjame que te endulce tu miedo y que lo destroce como tú haces con la calma de mi pecho. Déjame que te deje encontrarte, que desde que las manillas de este reloj pulcro se aceleraron, vives la vida con prosa y a mi me gusta poetizarte con verso, y rajarte la espalda con rimas, y el centro de tus muslos metaforizarlos con mis ganas. Déjame decirte que si tuviera valor entornaría la guerra y me arrollaría para recuperarte. Déjame que el cielo sea oscuro, que en la noche yo te imagino con el desdén de este laberinto, que nos tiene sin salida, que nos plasma inseguros, que nos lleva a cada uno por sufragios bien distintos. 

Déjame un minuto de tu vida, para enseñarte con la voz porque fallé en ese intento; que con el tiempo se tornó lejano e incluso extraño para querernos. 

Que necesito sólo un minuto para decirte que el tiempo ya no me molesta, que ya no miro el día ni la hora en mi reloj. Y no me importa  donde estés, lo muy lejos que te escondas, porque en el fondo sabemos que tu naufrago corazón vivirá siempre junto al islote donde se encuentra el mío. 
Un minuto para poder sumar las veces que sonríes en relación con las veces que me piensas, que son las mismas en las que yo te rompo en mi memoria y que me despierta el entusiasmo.Ya he perdido la cuenta. 
Me conformaría con un minuto detrás de un teléfono para hacerte volver a mi cuello. Intentaría dejar de sentirte tan lejos cuando te desnudas frente a ella.
Que me queman las manos cuando las estiro y no puedo tocar tu cara, ni calmar tu desierto.
Necesitaría un minuto para hacer que vieras la proximidad  de tu pensamiento y el mío, que hasta cuando susurras me erizas los tendones.
Déjame enseñarte que el mundo sigue siendo nuestro. Tuyo y mío. Que lo que nos hace feroces es que aún vives en mi almohada y que yo huelo en la tuya, que me acaricias cuando lloro y yo me engrandezco cuando ganas. Porque gano yo contigo. 
Déjame que deje de quererte que me faltan primaveras para olvidar que florecías en lo opaco de mi retina, que la abrillantabas con tus juegos de noche. Y a veces de día. 
Déjame que te llueva los ojos de cosas que nunca te dije, de abrazos que nunca viste, ni besos que no sentiste. Déjame que te pinte la boca de mordiscos. 
Déjame hacer que te quedes, por cuarta vez; aunque tu mismo te retienes. 
Que necesito un minuto para que quererte sea el eco más fuerte y que me quieras el suspiro más ahogado. 
Déjame que no me acuerde por un minuto de cuando el aire susurraba tu placer y entornaba el mío en un mismo habitáculo, y nuestros cuerpos flácidos  e imperfectos se querían desastrosamente, como dos mamíferos en celo, que nada tenían por perder, y que tanto querían ganar. Deja que no me acuerde cuando nuestras almas yacían tránsfugas en otro mundo paralelo, diferente y más bello. 
Déjame que no te llore. Déjame esta noche. Deja de enloquecerme, que somos tan caprichosos como los recuerdos, que no tienen excusa ya, para doler.

viernes, 10 de enero de 2014

La chica del andén torcido.



 LA CHICA DEL ANDÉN TORCIDO.
 I

El sol se despertaba estimulante en una mañana de primavera donde no iba a encontrar sitio para lucir su calor. La primavera tardó escasos minutos en tornarse otoño y el frio envejeció  mis ganas de lo que iba a ser el día que cambiaría por completo mi vida.

Primavera, adoro la primavera; es el momento perfecto para enterrar viejas historias y encaminarse en otras nuevas que pueden comenzar a florecer, pero para mí la primavera siempre había sido el momento perfecto para hacer balance sobre todo lo que había podido hacer que algo brillara en mi, o de lo contrario,  se apagara. Para mí el año nuevo empieza en primavera. ¿Nunca habéis pensado en lo incomodo que es celebrar un día tan “importante” como el de comienzo de un nuevo año en una noche fría, escabrosa y lúgubre? Yo sí. Por eso no celebro el año nuevo.  En realidad esto es completamente falso, no tanto en que el ese día sea así de malo y yo no lo soporte, sino en que ese sea el verdadero motivo por el que odio ese día. Puede que algún día os lo cuente. Pero si,  la vida para mi comienza en primavera. Las chicas se vuelven más alegres y sus  mejillas se sonrosan fácilmente, los árboles se tiñen con colores diferentes y las terrazas se llenan de nuevas historias por contar. Pero veréis, aquí en este lugar, no hay muchos días primaverales, prácticamente podría decir que se pasa del calor al frio tan rápido como un parpadeo fugaz. Vivo en un pequeño pueblo desde hace apenas medio año, por factores familiares que no caben al caso mencionar. No recuerdo como se llama el pueblo, lo que si se es que se suele decir de él que es “el mundo aparte”, y os puedo asegurar que realmente es así. Este pueblo está dividido entre un gran lago, y para llegar se ha de pasar por un puente tan corto como  seguro. La carretera muere literalmente ahí (siempre he pensado que si un mal se acercara al pueblo, los que estamos en él tendríamos la muerte asegurada) La gente es amable, aunque tampoco se implican demasiado. La juventud, como en la mayoría de los pueblos, es escasa, y las chicas guapas brillan por su ausencia. Pero dejemos de hablar de mí y vayamos al grano.
Aquel día tuve que volver a subir a casa para abrigarme mejor. Conduje el coche de manera automática. Los árboles parecían cobrar vida a medida que aceleraba, tenía ganas de llegar a la estación y comenzar a fabricar de cero mi futuro, mi estabilidad y mi vida entera.

Me alegró enormemente de encontrar civilización en el siguiente pueblo del mundo aparte. La estación, sin embargo, estaba desierta. Un hombre ojeaba un periódico a mi derecha de lo que sería seguramente la mala noticia del día. Frente a mí, una mujer joven y muy elegante fumaba un cigarrillo con la delicadeza de la seda. Inhalaba y exhalaba lentamente, parecía que quería fumarse con ello la vida. El tren llegó con 7 minutos de retraso, tiempo en el que yo leí por tercera vez las primeras páginas de derecho penal. Subí al tren con la rapidez más extrema; para ser justos he de decir que note como mi mundo iba 120 km/h por encima del resto de seres humanos. El tren era otro lugar lúgubre. Reparé en una chica hermosa que escuchaba, supongo, música desde su móvil; movía su pierna a destiempo de la maquinaria del tren. Cada vez más deprisa. Y más. Hasta que alcé la cabeza y vi como con sus pequeñas manos se secaba lo que sería, sin duda, una larga cadena de lágrimas. Siempre he pensado que las manos de una persona tienen mil historias por contar, mil lagrimas que secaron algún día, muchas sonrisas que por ellas fueron tapadas; son como pequeños libros con grandes historias que solo su portador conoce. Un misterio. El camino se me estaba haciendo completamente largo y rutinario: entre 10 y 15 minutos el tren llegaba a la estación del siguiente pueblo, un par de personas subían y el camino continuaba, la chica guapa movía su pierna como al principio, de menor a mayor rapidez.  Me entretenía eventualmente en un paisaje bello y distante que rompía con su vitalidad junto a una fábrica de quién sabe qué. Pero todo me seguía resultando carente de atención. Cuando estaba a punto de dormirme, el tren frenó bruscamente, tanto que un pequeño grito salió de mi boca sin yo haberle dado permiso. Noté que todos los pasajeros me miraban extrañados, supuse que yo era el único que no lo esperaba.

-       Disculpe ¿Qué está pasando? – Pregunté al hombre con bigote espeso y blanco.
-       Nos acercamos al andén torcido, por eso el tren frena, para que no  se descarrile- Contestó tranquilamente.

Mi corazón se calmó. Por un momento había pensado que algo malo iba a pasar. Me relajé de inmediato y disfrute de la lentitud de las vistas castigadas por la mano del hombre. Pasados 3 minutos el tren comenzó a torcerse bruscamente y entendí por completo el sentido de su lentitud. Me pareció divertido. Pero como una flor grande y perfecta en medio de una guerra gris y fea, vi a una chica desentonando por completo con el imperfecto escenario de afuera. Tenía el brazo alzado y en su mano sujetaba un puñado de papeles. Nuestras miradas se cruzaron y quedaron suspendidas en el tiempo; se perdió quién sabe dónde un momento inolvidable. Ella bajo el brazo y siguió sujetando los papeles. Yo torcí mi cabeza todo lo que mi cuello me lo permitió, pero el tren se torció de nuevo y empezó a acelerar como yo nunca había querido. La chica se perdió en la lejanía.

Y así fue como por primera vez vi a la chica del andén torcido. Así fue como mi mundo cobro un diferente sentido.

miércoles, 8 de enero de 2014

Cacique de palabras 4.

Intento recordar en que momento empezó todo, cuando fue que destruí cualquier sombrío de mi escandalizada libertad. 
Me he condenado como nunca ningún carcelero ha hecho. Soy un reo atado de manos, luchando por recordar cual era la luz que daba sentido a esta vida, a mi vida. 
Y es que no sé cuando fue que decidí desatar mi cordura y dejar que este motor caminara a su gusto; no sé cuando me dejé perder en la bruma de tus ojos, y entorné el más bello significado de mi existencia. Si, ¿Por qué no? He nacido para quererte, como no sabes, y desde luego, nunca sabrás. 
Porque yo te quiero a fuego lento ¿Sabes? como en antaño, donde el tiempo era largo, y no había insuficiencia; cuando se soñaba con un beso que tardaba kilómetros en llegar. Te quiero con lentitud, sin caricias precipitadas, ni curvas rápidas en tu cintura, sin los te quiero a primera vista, ni los abrazos pasajeros en la inmensidad de nuestro mar, sin las miradas equívocas  con sus guiños falsificados, sin amores precipitados y desamores a contrarreloj; Te quiero despacio, poco a poco.
Pero no puedo desquitarme de ti. Te aseguro que lo intento; he intentado olvidar tu aliento en mi nuca por las mañanas, tu voz entrecortada que acariciaba mis sentidos, el color sonrosado de tus mejillas frías... Pero no puedo, o realmente, quizás, no quiero.
He intentado recordar en que momento empecé a añorarte; tal vez fue cuando te vi marchar y mis ganas se quedaron atrapadas sin saber reaccionar; o puede que fuera cuando tú empezaste a quererme y yo empecé cada segundo a añorar que tu boca me mordiera amor. Alomejor empecé a echarte de menos mucho antes de que empezáramos a rasgarnos el corazón e  hiciéramos lo imposible cada vez más cercano, no lo sé.
Tampoco se cuando empecé a querer que fueras una pieza para mi; creo que fue cuando te vi recorriendo con tus dedos mi cara. O no, tal vez fue cuando me di cuenta que esa pieza no encajaba con las mías y por eso quise tallarte a mi forma -Un imposible siempre se me antoja más rápido, con más ganas-
Sólo puedo decirte que tengo restos de ti todavía en mi boca, y que el tiempo no es tiempo desde que me dijiste adiós. Que he intentado versificar todo tu mundo, y me resulta tan complejo que creo que jamás habrá poemas que te canten lo suficiente. Que he intentado irme y siempre acabo volviendo y que tu pieza sigue siendo imposible aunque un día me dijiste: "lo imposible sólo tarda un poco más"