jueves, 5 de junio de 2014

Hasta Lima.

Yo ya estaba ida el día que entraste en la biblioteca; porque no sólo fue un acto de estudio insignificante, sino que planificaste esta constelación que ni yo misma sabía que existía. Me retumbaste, como las bombas retumban sosteniendo su estruendo en un tiempo corto pero intenso. Pero tu intensidad me sofocaba, me anegaba los sentidos, me eclipsaba las palabras y perturba mis noches. A veces también mis días. 
No quedaba hueco ya para controlar mis directrices, que habían pasado a los hilos de tu vida, quedando anegadas en unas manos que no sabían que me tocaban en el aire, en la nada; mientras las mías se desgastaban en carne viva de tocarte tan lejos. 
Si lo pienso todavía puedo recordar alguna de tus agujas en palabras, que dolían, y expulsaban las ganas de naufragar en un mundo que tú habías fabricado sin saberlo en mi laguna, hipotecada de besos, desierta de alegrías. Eran puro veneno, pesadillas diurnas que emborrachaban mi entusiasmo, tornándolo opaco, tornándolo fantasmagórico. Eran puro venero, si, uno mortal que me hacía pequeña e invisible, y no me curaba de nada, sino que me enfermaba de todo.
Y cuando estaba enferma me medicaba con planificaciones que no se calificar, que no tienen momento espacio-temporal. ¡Ya ves tú que estupidez! 
Me cansé a trozos de esperar al tiempo, de esperar a que de reojo observara que estaba aquí, respirando tu aire, atravesando tu pupila cuando ella no atravesaba la mía. Que eran pocas y remotas.  
Yo tenía la voz congestionada de gritarte en silencio aquellas cosas que no querías oír. Mi voz no era lenguaje para tus oídos, y tus negaciones eran insuficientes para los míos. 
Yo quería conquistar la tierra que tienes por nuca; y quería que fuera de mi pertenencia. Pero no me bastaba con un tiempo efímero, yo quería la totalidad de tus días en mis días, despertarme a cachitos y que tú me reconstruyeras.
Intenté incansables veces vaciar el envoltorio de este corazón, que hasta entonces era inamovible. Pero cada noche volvía a llenarse de todos tus sabores que aún no sabía a que sabían. 
Toda mi vida estaba, ahora, repleta de gotas de ti. Y era una broma macabra que aún sigo sin entender porque te soñaba en mi vigilia. Un placentero dolor extraño que recorría todos mis tendones hasta tensarlos y hacerlos tiritar de todo menos de frío.
Tú, caparazón en firme, una y otra vez, te encargabas de distanciar los caminos; uno llevaba tu aroma, el otro mi soledad. 
Pero, chico, a mi me daba miedo, pensar que tenía un camino en todo lo ancho y largo para mi sola sin la más remota idea de donde tenía que dirigirme, hasta que...claro, tu aroma estaba a la vuelta de la esquina. Era tan, tan fácil. Sólo tenía que agudizar mi olfato y podía perseguirte hasta Lima. Por ejemplo.  
Y cuando te tuve delante tuve miedo de gritarte y llamarte para que te quedaras. O todo lo contrario mantener mi silencio con el tuyo...y en fin, que me entendieras.
Aún así, todos mis sentidos bailaban solos a tu son. Yo te oía, te olía y te veía. Incluso cuando no estabas aquí.
Era la loca que más veces se enamoraba de ti cada puta vez que te veía. O peor, te dibujaba. 
 
Pero entonces me di cuenta que temía tu ausencia, aún sin saber como era, aún sin saber como era tenerte en un espasmo rápido y delirante. 
Me di cuenta que este mundo jamás estaría tan vacío como lo estaba sin la rutina de tu piel.