sábado, 8 de agosto de 2015

Uno.

Siempre le he mirado como si fuera magia. 
No puedo encontrar el minuto ese en el que se volvió guerra. Aunque siempre me ha gustado perderme en cualquier munición. Aprendí entonces que debía elegir entre la calma o él. Y ahora solo tenéis que ver mi desvarío continuo.

Ya sabéis que siempre me ha gustado ser lo opuesto a lo sano, pero nunca antes había tenido tanto miedo a ser dañina. Supongo que es porque le quiero, de una manera en la que no quiero que me entienda. No, no quiero comprensión; la guerra nunca lo fue. Siempre fue más de dejar desolada la vida, el cuerpo y el corazón. Por eso sé que en esta trinchera la que sobra soy yo. 

No debería estar partiendo el sentido, no debería dejar su felicidad a mi merced, mover el tiempo a mi capricho, pinchar la ira con su sosiego; no debería hacer con él todo lo que se supone que hace la poesía. Pero el amor te hace ser quien no quieres ser, o te hace ser quien eres en realidad. 

Pero últimamente todo lo que me atrae es malo, ilegal, amoral, adictivo, emborracha, despeina o es él. Y todos estos días he aprendido que ante  la duda  he de rendirme al instinto. Al más primario. Ese de morder por encima del precipicio. Y dejar que venga a robarme versos. 

Después están esos imbéciles que dicen que el dolor es opcional. Y que razón tienen. Hemos decidido hacernos daño, por el simple hecho de confirmar que toda esta historia rara ha sido de verdad. Con otra gente siempre me ha faltado tiempo, contigo me faltan vidas.

Ahora podemos ver que los días grises también forman parte del verano, y me quedan días planificando otra forma de felicidad que no tengan la forma de tus manos. Mientras tú vas desquitándote de mi, con pequeñas dosis de felicidad etérea, con enormes recuerdos de mis pies liándose en tu cama, siendo tu octava maravilla escondida; y actuarás como si no fuera enfermedad para ti o el latido que eleva tu encefalograma.
 Pero yo sigo siendo el destino aleatorio para ti. Seguirás desequilibrando mi orden del sueño, aunque estés cerca, distanciado. Pero dime, ¿Qué hago yo sin mi propio Sol?

Cartas de la chica simiesca. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario