martes, 12 de febrero de 2013

Morir.


Morir, un término inconstante que se me antoja desquiciado ¿Qué tantos temores la gente le tiene, que sufrimiento e imploro causa, para ser sin duda el final más temido? La muerte, el más oscuro y enigmático destino, el más viejo amigo que nunca falla, que llega, siempre, tarde o temprano. Un lanzamiento directo hacia lo desconocido, hacia la nada, a miles de alturas por subir. Desconocer lo que está por llegar y venir resulta tan significativo, como para que las pisadas del descaro de la muerte, nos persigan hasta en momentos terrenales, hasta que decide hacerse notar. Las garras feroces y afiladas se presentan, sin si quiera llamar o avisar, y te arrebata de un soplo el último y ahogado aliento. Finalizar una luz que merecerá, tras su paso, lucir ya oscura. ¿Quién sabe que cosas esperan al cruzar? La gente y criaturas que lo saben, mala suerte la nuestra, ya no están aquí para contarlo. La incógnita sospecha de encontrarte, con fortuna, a alguien que desde hace tiempo no veías.

Morir, pasar a dejar de ser. Quién sabe, tal vez el cuerpo sea el que desfallezca y se halle perdiéndose en la tierra, y el alma, la mente, o lo que sea, se aproxime a mundos paralelos, diferentes nada más. El contraste de perder lo que aquí tenemos, o tal vez, ganar mucho. Un precipicio llano, oscuro o con luz, la negrura o la blancura. Un océano abierto, tan grande como para no saber nunca que se esconde tras él. Morir.

Ya lo dijo Shakespeare:
"Morir, dormir… nada más; morir, dormir, dormir… quizá soñar.


No hay comentarios:

Publicar un comentario