Morir, un término inconstante que se me antoja desquiciado ¿Qué
tantos temores la gente le tiene, que sufrimiento e imploro causa, para ser sin
duda el final más temido? La muerte, el más oscuro y enigmático destino, el más
viejo amigo que nunca falla, que llega, siempre, tarde o temprano. Un
lanzamiento directo hacia lo desconocido, hacia la nada, a miles de alturas por
subir. Desconocer lo que está por llegar y venir resulta tan significativo,
como para que las pisadas del descaro de la muerte, nos persigan hasta en
momentos terrenales, hasta que decide hacerse notar. Las garras feroces y
afiladas se presentan, sin si quiera llamar o avisar, y te arrebata de un soplo
el último y ahogado aliento. Finalizar una luz que merecerá, tras su paso,
lucir ya oscura. ¿Quién sabe que cosas esperan al cruzar? La gente y criaturas
que lo saben, mala suerte la nuestra, ya no están aquí para contarlo. La
incógnita sospecha de encontrarte, con fortuna, a alguien que desde hace tiempo
no veías.
Morir, pasar a
dejar de ser. Quién sabe, tal vez el cuerpo sea el que desfallezca y se halle perdiéndose
en la tierra, y el alma, la mente, o lo que sea, se aproxime a mundos
paralelos, diferentes nada más. El contraste de perder lo que aquí tenemos, o
tal vez, ganar mucho. Un precipicio llano, oscuro o con luz, la negrura o la
blancura. Un océano abierto, tan grande como para no saber nunca que se esconde
tras él. Morir.
Ya lo dijo
Shakespeare:
"Morir,
dormir… nada más; morir, dormir, dormir… quizá soñar.
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