lunes, 4 de febrero de 2013

Tiempo



Y te recuerdo, porque es inevitable recordar todo lo que un día fuimos. Recuerdo las noches en las que hablar contigo no eran largas, donde el frío perturbador quería volverse calor. Mirarte en el olvido se ha convertido en una vaga costumbre, una costumbre que cada día viene a recordarme que ya no estás. No están las tardes de café, que hacían un giro inesperado en la tarde, donde estudiar era la mejor escusa, perfecta y cómplice para regodearnos en las frías tardes de enero. Ya no están esas risas comprensibles solo para dos seres unidos en la misma onda espacial; no están ya los paseos por el supermercado, donde los productos parecían ser las miradas ansiosas que nos impedían disfrutar. Recordar, dicen, es malo, que no te deja avanzar en el presente y no te permite construir en el futuro. Pero no, para nada, el recuerdo nos trae el más sincero y puro sabor de aquello que un día amamos. Recordar es síntoma de que un día hubo amor, y no importa si acabó bien o tal vez acabó mal, lo que verdaderamente importa es el recuerdo que te llevas de ello. Me gusta recordarte así, con tu pelo color carbón, con esa sonrisa que quita la vida, con sus dos grande hoyuelos perfectamente dibujados y tu voz, esa que daba la calma que hoy en día me falta. Si dos personas están destinadas a estar juntas, finalmente encontraran el camino de vuelta ¿O no? No lo sé, tal vez. Y te recuerdo, aunque en esos momentos en que la oscuridad me azota de manera cruel, y los ojos se empapan, miro hacia atrás y me alegro de haberte conocido, supiste poner en mi muchas cosas y ya nunca se irán. El tiempo y la distancia no tienen efecto cuando se trata de ti.
Algún día te diré eso de “Dame algo nuestro” Hoy día, aún no se cómo ni de qué manera, pero sigue lloviendo.

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