miércoles, 20 de marzo de 2013

Besos.

La gente regala besos, tan rápido como de constante es cambiarse de bragas. Pero en realidad son como los rosas, nunca una es igual a otra.

El cielo dejaba un espejismo del aire que había habido el los últimos días. Las nubes no parecían de algodón, parecían un fuego difícil de apagar; hasta su color rojo podía verse reflejado en las lejanas montañas. Los días siempre empezaban como el día anterior, sin ningún tipo de extraña apariencia que pudiera predecir que el día sería distinto o peculiar. Todo en su sitio, todo a la misma hora. Hacía mucho tiempo que la soledad y su mente habían topado un muro que ya ni siquiera querían saltar. Se habían hecho amigos, unos amigos que encontrándose en el mismo preciso momento y lugar no tienen más remedio que unir lazos(...)

La soledad, aunque parezca que no, muchas veces es buena; te ayuda a reflexionar, a encontrarte con tu yo, con tus ganas o faltas de ella, te muestra un camino inequívoco o puede que no, puede que te muestre el camino tan bueno que has decidido seguir. Hay muchas veces que tu mente, aglomerada y harta de una infinidad de cosas y problemas necesita dejar de pensar y la soledad tal vez sea de gran ayuda. Pero hay muchas otras veces en que además de todos esos enredos, en tu mente la cosa se lía más, y la soledad sólo consigue hacer que lo que antes era 1 ahora sean 2.
(...)Su almohada era una mezcla de olores femeninos difícilmente reconocibles. Las paredes de su cuarto no recordaban ya ningún nombre, tan sólo alguna bonita cara. Su servicio cada noche parecía la entrada sucia y ruin de un bar de carretera que se colma de camioneros deseosos de algo más que sólo cenar. Las luces sofocadas hasta bien tarde, cada noche, visualizaban su juego, y las manos que un día si y otro también rozaban su piel, dándole eso que la gente llama "amor".
Pocas veces el sol de la mañana podía contar que se hacía en ese cuarto. Pocas veces amanecían sus sábanas abrazando a dos personas. Sólo la noche era testigo. Él, simplemente, se encargaba de embaucarlas, llevárselas a la cama y una vez acababa la acción, perder de vista todo lo que le rodeaba. Un físico, eso es él, no tiene carisma, ni virtudes visibles a la mente. Pero lo suficientemente atractivo para atraer a cualquier niña sin casi inteligencia, o mejor dicho: sin apenas experiencia. Creo que no hay nadie, en realidad, que le haya sacado el potencial, y le haga sacar que tan bella persona es.
En los bares de noche y a veces también en los de día, le era fácil cautivar a las mujeres, daba besos por doquier. Sus labios eran conocidos ya en la ciudad. Muchas veces ni siquiera sentía la libre necesidad de llevárselas a casa, quería una boca que morder, que saborear. Un sabor tan pasajero como una estrella fugaz. Así de rápido. No respondía mensajes, no contestaba a las llamadas, no hacia fotos, ni ponía una caricia que estuviera fuera de lugar.

Pero hoy no era un día como otro cualquiera. Los aromas de la calle parecían haber dado un giro inesperado, parecía estar en plena naturaleza. La gente hoy era más amable de lo habitual. Llevaba ya tres días con ganas de una boquita de caramelo. Vacilar a alguna chica, guapa, seguro. Eran las 23:20 de la noche. El pub donde suele acudir tiene reservado, inconscientemente, un lugar para él. Lo cierto es que es un lugar con bastante luz, donde pueden verse los poros de la piel. Alborotado de gente, como cada sábado. Se sentó y pidió su habitual heineken, para darle sabor y frescura a su oscura boca.
Era un chico demasiado predecible. Siempre llegaba un grupo de amigas dispuestas a pasar una genial y divertida noche. Tras unas copas, y verle tan solo, con el empuje de las amigas, siempre una se acercaba y le decía: " ¿qué haces aquí tan solo?".El chico se ocupa de aparentar estar sensible, con el consiguiente de que la chica, esa noche, no era devuelta a sus amigas. Pero sus ojos, en cambio, estaban dirigidos a una chica que antes que él estaba sentada tomando un mojito mientras giraba con su pajita los ya desechos y picados hielos. Tenía una larga melena color miel de romero, lucía alegremente unos shorts desgarrados, una camisa con unos botones diminutos que se alzaban ante sus perfectos pechos; en los hombros tenía unas franjas color rosa chicle, a juego con sus zapatos de infinito tacón. La veía de perfil, pero suficiente como para que visualizarla fuera como ver un cuadro, que cuanto más lo miras más bello y perfecto parece. Un cerveza tras otra y en menos de un instante se encontraba jugando a su mismo juego, pagado con su misma moneda.

- Hola ¿Qué haces aquí tan sola?

+ Pues eso, intentar estar sola.

Una forma tan despectiva avivo las ganas de conocerla.

- ¿Estás bien?

La respuesta y la conversación siguiente fue sencilla. Ella estaba triste, desolada. Mostró tal sinceridad que el chico duro fue prendado rápidamente. La luz del lugar se apagó sobre ellos, mientras un beso fundía lo que ambos habían venido a buscar. Notó el golpe seco y fuerte de esa boca que es tan diferente, el suicidio eficaz de querer algo más, que la noche no encontrará su fin. Ella, si embargo, se quedo con el sabor, y las ganas de besar otras bocas distintas. Se despidieron, la chica no le dio teléfono alguno, no fue ni un poco cariñosa. No quería más de su presa.

Ese día fue el final, o el comienzo, según se vea, donde valoró lo mucho que puede enseñarte un beso. Puede quitártelo todo o enseñarte un millón de cosas. Puede acabar una relación o unir una discusión. Puede enseñarte que no hay sentimientos cuando pensabas que si o puede mostrarte el amor que hay sin saberlo. Porque el beso es el único idioma universal.


"¿Beso? Un truco encantado para dejar de hablar cuando las palabras se tornan superfluas"








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