Dicen que aparecí en tu
alocado mundo cuando menos querías parar, cuando en realidad más necesitabas
ver la vida desde un escalón superior sobre el que poder observar con detenimiento
las nubes pasar; si, esas que han tapado un día sí y otro también la cremallera
de tu existencia, que tan anegada siempre has pensado que estaba, o eso te hacían
creer algunos.
Dicen por ahí que tú
fuiste ese bucle inquebrantable que siempre ha regresado a mí, que aunque nunca
antes conocíamos las caricias de nuestra piel, siempre estaba ese borde
esperando para empujarnos y caer, eso sí, juntos, cogidos de la mano y sin
rechistar.
He hipotecado los últimos
días de mi sol, y es que creo que no merecían la pena únicamente porque no
estabas tú. He bloqueado cada uno de mis pensamientos sucios sencillamente
porque no eras tú quien los ensuciaba. He borrado las lágrimas que la soledad
pintaba con su lápiz del dolor porque no era por ti por quien lloraba.
Me he acordado varios días
que eras tú ese que siempre quiso volar; he recordado que puedo volar contigo.
Quizás.
He querido embargar tus
malos ratos, darles la vuelta por completo, convertirlos a base de magia en esa
sensación que va desde el estomago hasta el corazón, como cuando por primera
vez tus manos tocaron la nieve ¿Recuerdas, O.?
¿Sabes? Yo ya no tengo miedo, que hay cosas
peores en la vida que sentir que no puedo lanzarme contigo a esa bandada de
incoherencias, cuando en el fondo sé y siempre sabré, que no solo puedo, sino que
además quiero.
Hace tiempo que no me
importa lo que digan las almas que no entienden el amor, hace tiempo que he
perdido esa batalla de ser la mejor chica, porque no me importan el resto de los
ojos, hoy solo miro los tuyos; lo que verdaderamente importa es sonreír, ya ni
siquiera ser feliz, solamente sonreír.
Dicen que nos hemos
vuelto locos, dos locos que tienen el rumbo muy bien marcado, que tienen muchas
batallas por luchar, muchas que perder y muy pocas por ganar; pero en fin, tú y
yo siempre hemos pensado que a veces hay que pelear fuerte y duro para no tener
que pelear más, entiendes ¿No? Hay que rasgarse
las manos, crisparse las piernas, sangrar en la boca, perder la visión, comerte
el suelo, bailar el daño, romper las venas, ahogar el sudor, emborrachar tu
pecho encharcándolo de latidos rápidos y vertiginosos y que el aire sea tan
escaso que solo recuerdes el último beso que te di, para que al final de esa
última bocanada de aire se encuentre la gloria, pero ni si quiera por ganar,
sino para saber que esa ha sido tu lucha, tu batalla, esa que te quedaba por
librar.
Que no importa saber si
esto es o será un puto error, de esos que están llenos de piedras y acantilados
muy difíciles de sobrepasar. Me da igual quedarme sin aire porque sé que tú me
vas a salvar, y creo que no hay nada más bonito que vivir a sabiendas que hay
alguien que te impide caer mucho antes de saltar ¿No?
Si tú saltas yo salto.
¿Te vienes?
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