martes, 4 de junio de 2013

Lobos.


La vida me parece ahora el hogar más oscuro.
Que de ti a mí los valles son completamente frondosos; donde en tu espalda el peso de la pena sigue sin ser suficiente para no ver sobre el cristal las mil-o más- mareas que te quedan por cruzar, porque ¿Quién sabe? tal vez se haya vuelto opaco, de tantas veces que lo has tocado, eso sí, en la distancia. 
Que el mundo se me queda grande porque en las hojas secas que nacen de nuevo en tu interior no hay salida, ni bocanada para hacer de todo algo bello. 
Y me doy cuenta de que en realidad nunca hemos sabido llevar esto con elegancia. Que me he vuelto gilipollas, o que me he enamorado si te parece más sutil. Que te he arrancado uno a uno cada gramo de paciencia, que surgía en tu inocencia de niño, o eso me decías tú. 
He versificado todo ese ruido que desprende tu amor, tanto como para no necesitar más que el aire de tu boca, tanto como para que las rosas de esta mierda de primavera olieran diferente, olieran especial.
Y que difícil me parece socavar en el alma del reloj de tu memoria, ese reloj que va y se mueve siempre cómo y cuándo tú quieres; que complicado me parece que puedas anidar las ansias de morir, de morir aquí conmigo, porque la muerte es tan bella como lo es la vida, igual de perfecta. 
Dejar de ser es también bonito, y tú y yo hemos dejado de ser. Ya no somos dos lobos feroces en los que para cada uno  y de forma recíproca éramos  la oveja más ilustre y solitaria del planeta, para devorarnos mutuamente, para no dejar nada más que ese hilito de aire que se queda suspendido escasos minutos en el vacío para decir: ¡una vez más! Ahora somos el misterioso miedo ilustrado en cada uno de nuestros ojos en pesadillas negras y tristes. 

Que no vamos al unísono, tu reloj va cuatro minutos por encima de mío, y es el tiempo justo en el que tus manos se cansan de llevar consigo el absurdo y áspero momento que el ayer nos vomitó, de mala manera, con malas formas. Como el empuje a esa cala vacía y calmada en la que ya estuvieron tus ganas y las mías, juntas, jugando a hacerse daño, jugando a ser algo que nunca antes habían sido, acostumbrándose a buscar lo que les gusta mirar y no dejar de mirarlo.
He notado que para ti el tiempo también pasa, y he sentido que eres también humano y que te duelen esas cosas que como un chico duro nunca pensé que te dolerían; fíjate que tonta he sido, que he aprendido a quererte demasiado tarde, con demasiada calma. Y sé que por las venas de tu cuerpo la sangre es insuficiente porque necesitan de su droga. Eres drogadicto del azúcar de mi boca, de la miel de mis labios. 
Pero yo he deshecho todas las almas aglomeradas que se asemejaban a la impaciencia convertida en puta, que me absorbe, que me hace explotar en toda mi expansión, todo lo lejos, donde tus ojos jamás llegarán.
Me he acomodado en la onda de todos tus desperfectos, esos que un día otra te rompió; estoy acostada en cada uno de los poros de tu piel, esos que tanto me gusta oler, que tanto me gusta encontrar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario