domingo, 9 de junio de 2013

Amapola.

Supongo que nadie nos ha preparado para esto, ¿No, cielo? 
Que el mundo no estaba hecho para sostener el peso adverso de las pinceladas que tu dabas cuando decías lo siento. 

Aún puedo notar ese extraño sabor que tu boca solo tiene, ese perfume de las puertas del aliento que tienes por labios, con ese color que tanto me recuerdan a las fresas. Te fuiste porque en realidad es así como debía ser; te fuiste porque ya no había razones para quedarse. 
La última vez que me besaste fue como descifrar el mejor de los colores, fue como averiguar para que vivimos, porque es así ¿No, D.? Hemos vivido para encontrarnos, o nos hemos conformado con abrazarnos, puede.
Siempre has sabido cómo llevar las cuerdas, aunque nunca quise ser tu amapola -y eso no significa que en realidad no lo fuera- 
Hacías con tus dedos las siluetas del dolor, y yo con los míos, muñecas de servilletas, esas de los bares en las que pone " gracias por su visita". Nunca nos gustaron demasiado los besos tras los cristales de esa atmósfera, esa que  luego tanto y tanto añorábamos. Siempre acaba recitando ese soneto de Shakespeare, en el que tú solo arrugabas tu alma cuando oías los últimos versos. Porque siempre quisiste que fuéramos eso, amigos, amigos que se aman. A veces.
Tú siempre me mirabas con esos ojitos almendrados y ese abismo subterráneo y negro acababa por cerrarse entre nosotros -por unos segundos-, luego se abría, y tú te ibas, me decías que jamás vendrías más por mí, ni por mi llanto, ni por mi aplomo, ni siquiera por mi amor; y te llevabas la poca vida que segundos antes habías engendrado en mi. Así me quedaba yo durante un tiempo, naufragando por ahí.
Yo me entretenía jugando a ser alguien, con esas guerras frías en el sofá, con el amargo sabor de Roma por las mañanas al despertar, donde todo volvía a estar en su sitio, todo excepto mi corazón. Que seguía queriendo buscar ese olor que tanto escasea porque de ese solo hay uno. Tú, en cambio, seguías el rumbo de tu vida, ni siquiera mirabas atrás, ni siquiera recordabas mi olor, porque siempre he pensado que del mío había  dos. 
Al final pasaba lo de siempre, mis guerras frías se acababan y mi olor acaba pareciéndote único. 
Volvías para abrazar la clandestinidad de mi locura por ti, esa que nunca he podido esconderte. Volvías por mí, por mi llanto, por mi aplomo, incluso volvías por mi amor. Porque siempre ha válido más esta escabrosa y sucia habitación que toda Roma, porque hasta el acanto de este balcón se despojaba de sus rizadas hojas y de su color violeta

Volvías porque en fin, D.... nunca deberías haberte marchado. 




Los versos de Shakespeare son: "Pero si, mientras tanto, pienso en ti, querido amigo, todas las pérdidas son restituidas y los dolores terminan"





No hay comentarios:

Publicar un comentario