miércoles, 15 de mayo de 2013

Aquella noche.

Y me acuerdo que hasta la luna se apagó aquella noche. Y de cómo los ojos nada ya querían ver, ni tampoco las ganas se volvieron al revés, nos permitieron jugar, otro rato y otro rato más.
Recuerdo cómo nuestros rostros salvajes destaparon las caricias que escondidas se topaban con una fuerza tan potente como lo era la excitación, que nos fundía, que nos llamaba a porrazos y sin avisar. La playa no soplaba sus olas, ni rugía su fuerza; y la arena fina nos abrazó hasta convertirse por una noche en un tórrido hogar. Nos convertimos en mamíferos en celo, deseosos de todo y mucho más. No éramos ya el medio, si no el fin de cualquier circunstancia.
Recuerdo cómo el frío no tenía fuerzas para hacernos tiritar, y cómo el sudor deslizaba nuestros cuerpos hasta no saber diferenciar el tuyo del mío. Y me acuerdo del sabor de tus labios con mis labios. Y de cómo te arañaba la espalda con la piel que se fundía en gemidos que zumbaban por encima de las nubes.
Recuerdo cómo te dibujaba los oídos de tristes versos, versos que luego no podía recordar.Y cómo tenías en la palma de tu mano toda mi ilusión, mi calma y mi miedo; que solo con apretar y cerrar el puño todo hubiese sido una vaga e inusual torpe coincidencia.
Y me acuerdo de cómo quise alargar la noche, hacerla incluso infinita. Y de cómo al final acabaste partiendo hacia el yugo incomprensible de la vida. Recuerdo el hueco que dejaste en mi pecho, de como te llevaste el único trozo que quedaba de mi ya aplastado corazón. Recuerdo cómo comenzó la batalla esa de querernos, de querernos hasta donde el límite del sentimiento no enmaraña el corazón.



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