sábado, 5 de octubre de 2013

Las musas.

Levanto sutilmente su diminuto cuerpecito, pecado de mi destino y locura de mi presente. Ella es un juguete divertido que quiere ganar, yo un pervertido al que no le importa perder. Hace fuerza hacia el sofá y se queda erguida cual garrapata. Quiere seguir jugando. 
Mis instintos se agudizan y deleito en mis fosas nasales ese gel tan dulce de vainilla, ese que con una esponja viaja y usada hacer resbalar por las curvas de mi miedo. Ella, maestra de la provocación, me mira de reojo, y me sugiere un aterrizaje seguro en mi imaginación; yo me dejo volar, y es entonces cuando yo también quiero ganar. 
Ella siempre dice que es una tía fuerte, de las princesas de la nueva era, y lo cierto es que tiene razón.

A Sara le gusta comerse un par de jaimitos cada sábado y le importa un cojon las calorías y esas pijadas,le gustan las camisetas de acdc, el chocolate negro antes de dormir, el vino y la cerveza con gaseosa. Adora Roma y sus capuchinos. Le gusta leer nada más se despierta. Escribe en clase, en el trabajo, en casa, en la calle, a veces incluso escribe en la playa, donde le pillan las musas, y yo lo adoro. Le gusta madrugar para ver el amanecer y llorar junto a las olas, dice que así, sus llantos no son tan sonoros. Le gusta recitar en la ducha el soneto #30 de Shakespeare, hacer muñecas de papel en cada bar. Viste ojeras malvas y pelo largo con puntas abiertas. Es de las que prefiere los gritos y las cosas cristalinas, a una voz suave y calmada y la falsa modestia. Su sueño es escribir un libro en Edimburgo y vivir con vistas diferentes cada año.

Ella tiene muchas cosas, pero fuerza... La levanto de un golpe seco y la pongo en mis piernas; me mira como una niña, esa mirada que me transporta al morbo supremo. ¡Lleva mi camiseta de balonmano! y le queda mejor que a mi. Su boca encuentra, sin darme cuenta, cobijo con la mía. Somos dos filtros de pasión reservada manifestada en una lucha de lenguas. Sus manos se encargan de dibujarme sus ganas por mi cuerpo, con pequeños apretones de placer.  
Intento versificar en su espalda, no sólo las ganas de hacerla mía, si no todo mi amor y mi sentimiento, pero yo soy un pésimo poeta, así que se torna con el poder y yo como notas recién llevadas me dejo convencer. Me come el cuello y mi vena decide bailar sola. Sus grandes manos (porque ella tiene manos suficientes para llevar el control) juegan con mi cabeza a su antojo, el juguete ahora soy yo. 
Mis ganas se enloquecen hasta tal punto que pierdo la noción, no sólo del tiempo, sino también de la vida. Hago hincapié de arrancarle mi camiseta y ella de un golpe seco la deja de nuevo en su sitio. Me besa en la frente y susurra: "te quiero"
Se pone de manera inmediata, tanto que ni lo noto, de pie, y corriendo se sienta en la silla, abre el ordenador y se pone dulcemente a escribir.

Había olvidado que ella es de las nuevas princesas y que las musas le llegan cuando le llegan, joder!
Y yo, en fin, lo adoro...



Él.

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