miércoles, 30 de octubre de 2013

Antes de ti.

Yo antes de ti nunca había comparado mi soledad con la de la luna, nunca antes me había preguntado si a alguien le importaba que estuviera en el techo más lejano de mi alcance, en lo oscuro y en la nada.
Nunca antes había besado a otra persona cien veces seguidas, ni me había quedado sin oxígeno con el suspiro ahogado de una risa.
Nunca había deambulado por unos ojos que miran mientras dicen "no te quiero", ni aún a sabiendas que mentían; ni había navegado y dibujado corazones con crema hidratante en la espalda.
Antes de ti, las noches siempre habían sido buenas y mis sábanas eran justo el abrazo silencioso que hoy día me parece escandaloso. Yo siempre había concebido el sol como la manifestación perfecta de la alegría y desde que tú apareciste prefiero los días de frío, con manta, abrazos ladrones de aire y labios que buscan otros labios.
Antes de que vinieras el océano de mi vida era una simple representación vacía de luces, incompleta de sonrisas. 
Antes de ti, cielo, nunca había querido que el día tuviera más horas, porque 24 son pocas, porque el tiempo es escaso cuando se trata de ti.
Antes de que volvieras y reconvirtieras este onírico universo, yo pensaba que mis manos no eran mapa de ningún pirata extraviado, ni que mis músculos jugaban a su antojo doblegando todas las líneas divisorias entre lo correcto y lo incorrecto.
Siempre había pensado que el amor era una invención, un juego de cobardes que no entienden la soledad, que no valoran el silencio de la paz; creía que el olvido era compañero del tiempo, y naufrago de sentimientos. 
Antes de ti, mis palabras y yo éramos compañeras de penas, amigas de risas discretas tras el cristal de la incoherencia. Nunca antes mis palabras habían decidido irse de paseo; ni mi mente me había traicionado y me había dejado completamente desnuda ante tu recuerdo.

Pero claro, llegaste tú, y tus dos manchas de nacimiento en la espalda se convirtieron en el equilibrio de mi vida. Llegaste tú, y el amor cobró sentido, tus manos fueron guía de las mías, y tus pies precursores que marcaban el camino de los míos. Y tú hiciste besos de limón, ¡helado de limón! y rompiste los esquemas de mi calma; reconvertiste mis nervios en caos, y el sentido se tornó en una guerra...  

Llegaste tú, y ya sabes... me enamoré, y lo sé porque no sé contarte como es estar enamorada de cada uno de tus lunares, 218 en concreto. Y todo se tornó una guerra...





Pero ya se sabe, en las guerras siempre se perderá más de lo que  se ganará.

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